Patricia Hearst,
nacida en San Francisco, el 20 de febrero de 1954, fue secuestrada el 4 de
febrero de 1974 del apartamento de su novio en California por un pequeño grupo
de izquierda denominado Ejército Simbionés de Liberación. Peticiones exageradas
por el grupo dieron como resultado la donación por parte de la familia Hearst
de comida por un valor de 6 millones de dólares para los pobres, después de lo
cual no hubo noticias de Patricia.
Poco después, el
5 de abril de 1974, fue fotografiada con un rifle de asalto durante el atraco
de una de las ramas del banco Hibernia. Más tarde se supo que había cambiado su
nombre por el de Tania en memoria de la guerrillera argentina Tamara Bunke que
combatió junto al Che Guevara en Bolivia y se había comprometido con las ideas
del Ejército Simbionés de Liberación.
Se dictó una
orden judicial de captura y en septiembre de 1975, fue arrestada en el
apartamento de otro de los militantes. Mientras tanto, la policía había atacado
y prendido fuego a otro de los apartamentos del grupo, en la que murió la
mayoría de los miembros.
En su juicio,
comenzado el 20 de marzo de 1976, Hearst declaró que había sido encerrada y
cegada en un armario y abusada física y sexualmente, lo que causó su decisión
de comprometerse con el grupo, un caso extremo de síndrome de Estocolmo, en el
que los rehenes acabaron compadeciéndose por los captores. La defensa no tuvo
éxito y fue acusada de robo de banco. Su sentencia fue reducida después de
veintidós meses por el presidente Jimmy Carter. Hearst fue puesta en libertad
el 1 de febrero de 1979. Más tarde fue indultada por el presidente Bill Clinton
durante las últimas semanas de su mandato.
El síndrome de
Estocolmo es una reacción psíquica en la cual la víctima de un secuestro, o
persona retenida contra su propia voluntad, desarrolla una relación de
complicidad con quien la ha secuestrado. En ocasiones, dichas personas
secuestradas pueden acabar ayudando a sus captores a alcanzar sus fines o a
evadir a la policía.
Debe su nombre a
un hecho curioso sucedido en la ciudad de Estocolmo (Suecia). En 1973 se
produjo un atraco en el banco Kreditbanken de la mencionada ciudad sueca. Los
delincuentes debieron mantener como rehenes a los ocupantes de la institución
durante 6 días. Cuatro personas, tres mujeres y un hombre fueron tomados como
rehenes, pero una de las prisioneras se resistió al rescate y a testificar en
contra de los captores. Otras versiones indican que esa mujer fue captada por
un fotógrafo en el momento en que se besaba con uno de los delincuentes.
Este hecho
sirvió para bautizar como "Síndrome de Estocolmo" ciertas conductas
"extrañas" que demuestran afecto entre los captores y sus rehenes. El
término fue acuñado por el criminólogo y psicólogo Nils Bejerot, colaborador de
la policía durante el robo, al referirse al síndrome en una emisión de
noticias. Fue entonces adoptado por muchos psicólogos en todo el mundo.
Este fenómeno ha
sido tan tergiversado, que se piensa que es una "enfermedad" que le
pasa a "todas" las personas que atraviesan por una situación de
cautiverio. Con frecuencia se convierte en una de las mayores preocupaciones
expresadas por los familiares y los secuestrados después de la liberación.
Tanto el
exsecuestrado como sus allegados se preguntan con temor si algunos de los
sentimientos de gratitud o aprecio hacia sus captores, forman parte de la
sintomatología del síndrome y se suele creer, equivocadamente, que el
exsecuestrado lo está padeciendo.
Desde la
perspectiva psicológica, este síndrome es considerado como una de las múltiples
respuestas emocionales que puede presentar el secuestrado a raíz de la
vulnerabilidad y extrema indefensión que produce el cautiverio, y aunque es una
respuesta poco usual, es importante entenderla y saber cuándo se presenta y
cuándo no.
En realidad este
síndrome sólo se presenta cuando el plagiado se "identifica
inconscientemente con su agresor, ya sea asumiendo la responsabilidad de la
agresión de que es objeto, ya sea imitando física o moralmente la persona del
agresor, o adoptando ciertos símbolos de poder que lo caracterizan".
(Skurnik, 1987:179). Por ser un proceso inconsciente la víctima del secuestro
siente y cree que es razonable su actitud, sin percatarse de la identificación
misma ni asumirla como tal.
Cuando alguien
es retenido contra su voluntad y permanece por un tiempo en condiciones de
aislamiento y sólo se encuentra en compañía de sus captores puede desarrollar,
para sobrevivir, una corriente afectiva hacia ellos.
Esta corriente
se puede establecer, bien como nexo consciente y voluntario por parte de la
víctima para obtener cierto dominio de la situación o algunos beneficios de sus
captores, o bien como un mecanismo inconsciente que ayuda a la persona a negar
y no sentir la amenaza de la situación y/o la agresión de los secuestradores.
En esta última situación se está hablando de Síndrome de Estocolmo.
Para detectar y
diagnosticar el síndrome de Estocolmo, se hacen necesarias dos condiciones:
Primero: que la persona haya asumido inconscientemente, una notable
identificación en las actitudes, comportamientos o modos de pensar de los
captores, casi como si fueran suyos. Segundo, que las manifestaciones iníciales
de agradecimiento y aprecio se prolonguen a lo largo del tiempo, aún cuando la
persona ya se encuentra integrada a sus rutinas habituales y haya interiorizado
la finalización del cautiverio.
Lo que se
observa en la mayoría de los casos es una especie de gratitud consciente hacia
los secuestradores, tanto en los familiares como en los individuos. Agradecen
el hecho de haberlos dejado salir con vida, sanos y salvos, y a veces recuerdan
sobre todo en las primeras semanas posteriores al regreso a quienes fueron
considerados durante ese trance, o tuvieron gestos de compasión y ayuda.
Es comprensible,
bajo estas circunstancias que cualquier acto humano (no necesariamente
humanitario) de los captores pueda ser recibido con un componente de gratitud y
alivio apenas natural.
Otro de los
casos famosos en su tiempo, es el de Natascha Kampush, una joven austriaca que
fue raptada en marzo de 1998 a la edad de 10 años por Wolfgang Priklopil, un
electrotécnico de 44 años. Durante 8 años estuvo retenida en el sótano de la
casa de Wolfgang, a las afueras de Viena, y finalmente logró escapar por un
descuido de su raptor en agosto de 2006, a la edad de 18 años. Cuando Wolfgang
se enteró de que Natascha había escapado, se suicidó arrojándose a las vías al
paso de un tren.
Natascha fue
educada por su secuestrador, quien la llevó alguna vez a hacer la compra al
supermercado y quien la llevó también de vacaciones. Por todo ello Natasha
sufre un grave Síndrome de Estocolmo, ya que cuando se enteró de que su captor
se había suicidado se echó a llorar. Además, admitió que llegaron a tener
relaciones sexuales consentidas, y declaró lo siguiente: “No tengo la impresión
de que me hayan robado la juventud”.
Analizando estos
casos puede enigmatizarse este tipo de experiencias que resultan ser
contraproducentes dado el hecho de que para cualquier persona las mismas
tendrían efectos traumatizantes. Finalmente, ante estas vivencias es importante
que no sólo la persona secuestrada sino su familia, puedan reconocer lo que les
está sucediendo y entiendan tanto emocional como racionalmente cuales son las
posibles reacciones, que surgen como respuestas a un evento avasallador.
Reacciones como el mal llamado "Síndrome de Estocolmo", comprendidas
y manejadas con ayudas profesional, pueden ser superadas.