miércoles, 23 de mayo de 2018

SINDROME DE ESTOCOLMO

Patricia Hearst, nacida en San Francisco, el 20 de febrero de 1954, fue secuestrada el 4 de febrero de 1974 del apartamento de su novio en California por un pequeño grupo de izquierda denominado Ejército Simbionés de Liberación. Peticiones exageradas por el grupo dieron como resultado la donación por parte de la familia Hearst de comida por un valor de 6 millones de dólares para los pobres, después de lo cual no hubo noticias de Patricia.

Poco después, el 5 de abril de 1974, fue fotografiada con un rifle de asalto durante el atraco de una de las ramas del banco Hibernia. Más tarde se supo que había cambiado su nombre por el de Tania en memoria de la guerrillera argentina Tamara Bunke que combatió junto al Che Guevara en Bolivia y se había comprometido con las ideas del Ejército Simbionés de Liberación.

Se dictó una orden judicial de captura y en septiembre de 1975, fue arrestada en el apartamento de otro de los militantes. Mientras tanto, la policía había atacado y prendido fuego a otro de los apartamentos del grupo, en la que murió la mayoría de los miembros.

En su juicio, comenzado el 20 de marzo de 1976, Hearst declaró que había sido encerrada y cegada en un armario y abusada física y sexualmente, lo que causó su decisión de comprometerse con el grupo, un caso extremo de síndrome de Estocolmo, en el que los rehenes acabaron compadeciéndose por los captores. La defensa no tuvo éxito y fue acusada de robo de banco. Su sentencia fue reducida después de veintidós meses por el presidente Jimmy Carter. Hearst fue puesta en libertad el 1 de febrero de 1979. Más tarde fue indultada por el presidente Bill Clinton durante las últimas semanas de su mandato.

El síndrome de Estocolmo es una reacción psíquica en la cual la víctima de un secuestro, o persona retenida contra su propia voluntad, desarrolla una relación de complicidad con quien la ha secuestrado. En ocasiones, dichas personas secuestradas pueden acabar ayudando a sus captores a alcanzar sus fines o a evadir a la policía.

Debe su nombre a un hecho curioso sucedido en la ciudad de Estocolmo (Suecia). En 1973 se produjo un atraco en el banco Kreditbanken de la mencionada ciudad sueca. Los delincuentes debieron mantener como rehenes a los ocupantes de la institución durante 6 días. Cuatro personas, tres mujeres y un hombre fueron tomados como rehenes, pero una de las prisioneras se resistió al rescate y a testificar en contra de los captores. Otras versiones indican que esa mujer fue captada por un fotógrafo en el momento en que se besaba con uno de los delincuentes.

Este hecho sirvió para bautizar como "Síndrome de Estocolmo" ciertas conductas "extrañas" que demuestran afecto entre los captores y sus rehenes. El término fue acuñado por el criminólogo y psicólogo Nils Bejerot, colaborador de la policía durante el robo, al referirse al síndrome en una emisión de noticias. Fue entonces adoptado por muchos psicólogos en todo el mundo.

Este fenómeno ha sido tan tergiversado, que se piensa que es una "enfermedad" que le pasa a "todas" las personas que atraviesan por una situación de cautiverio. Con frecuencia se convierte en una de las mayores preocupaciones expresadas por los familiares y los secuestrados después de la liberación.

Tanto el exsecuestrado como sus allegados se preguntan con temor si algunos de los sentimientos de gratitud o aprecio hacia sus captores, forman parte de la sintomatología del síndrome y se suele creer, equivocadamente, que el exsecuestrado lo está padeciendo.

Desde la perspectiva psicológica, este síndrome es considerado como una de las múltiples respuestas emocionales que puede presentar el secuestrado a raíz de la vulnerabilidad y extrema indefensión que produce el cautiverio, y aunque es una respuesta poco usual, es importante entenderla y saber cuándo se presenta y cuándo no.

En realidad este síndrome sólo se presenta cuando el plagiado se "identifica inconscientemente con su agresor, ya sea asumiendo la responsabilidad de la agresión de que es objeto, ya sea imitando física o moralmente la persona del agresor, o adoptando ciertos símbolos de poder que lo caracterizan". (Skurnik, 1987:179). Por ser un proceso inconsciente la víctima del secuestro siente y cree que es razonable su actitud, sin percatarse de la identificación misma ni asumirla como tal.

Cuando alguien es retenido contra su voluntad y permanece por un tiempo en condiciones de aislamiento y sólo se encuentra en compañía de sus captores puede desarrollar, para sobrevivir, una corriente afectiva hacia ellos.

Esta corriente se puede establecer, bien como nexo consciente y voluntario por parte de la víctima para obtener cierto dominio de la situación o algunos beneficios de sus captores, o bien como un mecanismo inconsciente que ayuda a la persona a negar y no sentir la amenaza de la situación y/o la agresión de los secuestradores. En esta última situación se está hablando de Síndrome de Estocolmo.

Para detectar y diagnosticar el síndrome de Estocolmo, se hacen necesarias dos condiciones: Primero: que la persona haya asumido inconscientemente, una notable identificación en las actitudes, comportamientos o modos de pensar de los captores, casi como si fueran suyos. Segundo, que las manifestaciones iníciales de agradecimiento y aprecio se prolonguen a lo largo del tiempo, aún cuando la persona ya se encuentra integrada a sus rutinas habituales y haya interiorizado la finalización del cautiverio.

Lo que se observa en la mayoría de los casos es una especie de gratitud consciente hacia los secuestradores, tanto en los familiares como en los individuos. Agradecen el hecho de haberlos dejado salir con vida, sanos y salvos, y a veces recuerdan sobre todo en las primeras semanas posteriores al regreso a quienes fueron considerados durante ese trance, o tuvieron gestos de compasión y ayuda.

Es comprensible, bajo estas circunstancias que cualquier acto humano (no necesariamente humanitario) de los captores pueda ser recibido con un componente de gratitud y alivio apenas natural.

Otro de los casos famosos en su tiempo, es el de Natascha Kampush, una joven austriaca que fue raptada en marzo de 1998 a la edad de 10 años por Wolfgang Priklopil, un electrotécnico de 44 años. Durante 8 años estuvo retenida en el sótano de la casa de Wolfgang, a las afueras de Viena, y finalmente logró escapar por un descuido de su raptor en agosto de 2006, a la edad de 18 años. Cuando Wolfgang se enteró de que Natascha había escapado, se suicidó arrojándose a las vías al paso de un tren.

Natascha fue educada por su secuestrador, quien la llevó alguna vez a hacer la compra al supermercado y quien la llevó también de vacaciones. Por todo ello Natasha sufre un grave Síndrome de Estocolmo, ya que cuando se enteró de que su captor se había suicidado se echó a llorar. Además, admitió que llegaron a tener relaciones sexuales consentidas, y declaró lo siguiente: “No tengo la impresión de que me hayan robado la juventud”.

Analizando estos casos puede enigmatizarse este tipo de experiencias que resultan ser contraproducentes dado el hecho de que para cualquier persona las mismas tendrían efectos traumatizantes. Finalmente, ante estas vivencias es importante que no sólo la persona secuestrada sino su familia, puedan reconocer lo que les está sucediendo y entiendan tanto emocional como racionalmente cuales son las posibles reacciones, que surgen como respuestas a un evento avasallador. Reacciones como el mal llamado "Síndrome de Estocolmo", comprendidas y manejadas con ayudas profesional, pueden ser superadas.