¿Por qué nos enamoramos de una determinada persona y
no de otra? Qué sucede en nuestro cerebro durante este proceso, física o
química. Científicos de diversas especialidades han hallado la respuesta a la pregunta;
a esa especie de fascinación que hace que dos seres se queden
"enganchados" con gran necesidad de interactuar y conocerse más. Esta
maravillosa experiencia de sentir cosquilleos en el estómago, pulso acelerado y
hasta palpitaciones, es el resultado según estudios recientes de una serie de
cambios bioquímicos que se producen en el organismo humano.
En el imaginario popular está la creencia del gran
amor; de ese único, exclusivo, que no se parece a otros amores. Hoy la ciencia
ha descubierto que tal enlace especial tiene que ver, particularmente, con una
serie de reacciones y sustancias químicas que se mezclan en nuestro organismo,
ante esa persona que nos despierta además un sin número de emociones.
En la web española “Mujer Actual” Pilar Muñoz describe
los novedosos estudios que han identificado algunas de las sustancias
responsables del amor: la dopamina, la feniletilamina y la oxitocina. Todos
estos productos químicos son relativamente comunes en el cuerpo humano, pero
solamente son encontrados juntos en las etapas de la conquista.
Comentan los expertos que, con el tiempo, el organismo
se hace resistente a sus efectos, lo que provoca que la intensa fase de la
atracción no dure por mucho tiempo. Curiosamente, son los hombres los que
parecen ser más susceptibles a la acción de las sustancias responsables de las
manifestaciones asociadas al amor. Ellos se enamoran más rápida y fácilmente
que las mujeres, según tales entendidos.
Diversas indagaciones han concluido que se puede
incluso hacer una matriz con las variadas manifestaciones y etapas del amor y
sus relaciones con diferentes sustancias químicas en el cuerpo. De esta manera,
el deseo ardiente de sexo está unido a la testosterona; mientras que la
atracción y el amor en la etapa de euforia, así como el sentirse involucrado
emocionalmente están relacionados con altos niveles de dopamina y norepinefrina
y bajos niveles de serotonina. El vínculo y la atracción que evolucionan hacia
una relación calmada, duradera y segura tienen que ver con la oxitocina y la
vasopresina.
Estas investigaciones que enmarcan el amor como un
proceso bioquímico no han concluido todavía. El descubrimiento que la
feniletilamina está vinculada con el amor se inició con la teoría propuesta por
los médicos Donald F. Klein y Michael Lebowitz del Instituto Psiquiátrico de
Nueva York, quienes sugirieron que el cerebro de una persona enamorada contenía
grandes cantidades de esta sustancia y que sería la responsable de las
sensaciones y modificaciones fisiológicas que experimentamos cuando nos
enamoramos.
Al inundarse el cerebro de feniletilamina, este
responde mediante la secreción de dopamina (neurotransmisor responsable de los
mecanismos de refuerzo del cerebro, de la capacidad de desear algo y de repetir
un comportamiento que proporciona placer), de norepinefrina, y de oxitocina
(que además de estimular las contracciones uterinas para el parto y hacer
brotar la leche, parece ser un mensajero químico del deseo sexual), y el
comienzo de la accción de los neurotransmisores que dan lugar a los arrebatos
sentimentales, en síntesis: se está enamorado.
Estos compuestos combinados hacen que los amantes
puedan permanecer horas y horas haciendo el amor y conversando, sin sensación
alguna de cansancio o sueño, afirma el químico Francisco Muñoz, de
Almendralejo, España. Comenta también el científico español que la atracción
bioquímica perdura de dos a tres años, incluso a veces más, pero que al final
decae. Con el tiempo el organismo se va haciendo resistente a los efectos de
estas sustancias y toda la locura de la pasión se desvanece gradualmente y
comienza entonces una segunda fase que podemos denominar de pertenencia que da
paso a un amor más sosegado. Se trata de un sentimiento de seguridad, comodidad
y paz.
Todos estos compuestos y sustancias químicas que se
mezclan en nuestro interior y actúan de manera inconsciente, son la respuesta
más lógica a la pregunta que durante siglos se hizo la humanidad: ¿Por qué nos
enamoramos de una determinada persona y no de otra? No obstante todas estas
explicaciones bioquímicas, que podrían terminar arrancándole al amor su mágico
misterio, hay una verdad que se yergue como un templo: mantener por tiempo una
relación lozana, es más de razón, comprensión y habilidad, que de otra cosa.
Entonces ¿qué hacer para lograr que esta química inicial no se diluya entre los
ácidos de la cotidianidad, las amarguras de las peleas o los brotes de
incomprensiones? La respuesta es fundamentalmente una: amar con inteligencia.
Amar con inteligencia es, también, no dejarse
arrastrar por el sentimiento, por la química, y darle el espacio que se merece
al raciocinio. Hay quienes conocen a parejas donde la mujer es dominada,
incluso maltratada físicamente por su pareja y aún ella dice que lo ama. ¿Cómo
se puede querer a una persona que no nos respeta, que nos daña y avasalla? ¿Qué
significación tiene eso? ¿Realmente se puede amar desde la humillación?
No hay química amorosa que debiera resistirse cuando
una persona, sea hombre o mujer, no tiene para con su pareja el reconocimiento
y la consideración que debe mediar entre dos que construyen una relación de
amor. Pero la gente se ciega muchas veces y, atrapados en las reacciones de las
que antes hablábamos, no pueden ver con claridad ciertos elementos o sucesos
que se encienden como luz roja en son de advertencia. Amigos, amigas y
familiares muchas veces se acercan: “No te conviene”, puede ser el aviso.
Alucinada o empecinadamente, da igual, se piensa que podemos fundir otra
personalidad en la pareja que amamos, hacerla distinta, mejor para bien.
Quizás sería oportuno prestarle más atención a quienes
de buena fe nos advierten porque sobre todo no están bajo los efectos de la
química, y pueden ver muchas cosas con mayor claridad y objetividad. No dejarse
arrastrar por los sentimientos y mantener siempre despierto el entendimiento,
que hace posible una relación sana y por tanto realmente vivificante, es entre
otros muchos consejos, uno sabio de nuestro Martí cuando afirmaba: “El
equilibrio entre los cónyuges y su mutuo conocimiento son, en el matrimonio,
las únicas condiciones de ventura. Lo demás es jugar la vida a cara o cruz”.